30 de julio de 2011

Entonces por primera vez me di cuenta que la palabra justa no es aquella que nos hace sentir mejor, que nos tranquiliza, que calma para dar lugar a nuestra paz, sino la más injusta, la que nos dice la verdad que punza al alma, hiere y moviliza. Ahí hay que hablar, desgajar al espíritu como a una mandarina podrida pero con semillas sanas y fuertes. Cuando las palabras intentan ser es cuando se van al carajo. Intentan hacer un mejor momento. Intenta hacer que el otro vuelva. Intentan intentar. Lo más claro es cuando todo se vuelve espontaneidad, palabra obtusa y malcriada y las vocales se caen, se nos escapa la verdad de nuestras bocas, y queremos parar pero lo único que nos sale es levantarnos y aplaudirnos por haber sido sinceros con el mundo y con nosotros mismos.

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