14 de febrero de 2012

Otra vez me reencontré con la fiera. Con su olor de circunstancia, con sus besos precipitados, su desesperación y desdén de poseerme. Con la necesidad de hacerse acordar que no puede ponerle freno a los avances de sus pulsiones. En medio de esa comunión que nuestro espíritu sabía de memoria algo había cambiado: me vi a mí, en su transpirácion hecha nuestra salsa y me di cuenta que estaba muy lejos de querer estar con él. Y así fue que en cada forcejeo de su piel contra la mía mi corazón tenía puesto un candado del que hasta hoy soy presa. Una caparazón de bicho que espera ser fruto maduro. En mi cabeza la resistencia era la protagonista pero como gata al acecho aceptaba sus caricias. Cuando quiso sexo se lo negué y al día siguiente casi ni me acordé del tema.

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