31 de octubre de 2011

Mi cuerpo se convierte en una coctelera de pleno punto de ebullición, un temblor nunca antes sentido lo habita y aunque sin un sólo movimiento, empiezo a ser un disparador infinito. No puedo quedarme sentada porque pierdo el control. Porque soy esto que mi físico quiere hacerme notar, un terremoto en el que las tripas y venas bailan de frenesí. Entonces frente a tanto espasmo interno es necesario que el volcán en erupción colapse, para ahí darme cuenta que si bien todo nacía en mi centro, se extendía hasta lo más hondo de mi esternón.
Y lloré. Para que mi derrumbe siga expandiéndose por todo mi cuarto, en la soledad de mi cama hasta lo más alto del edificio. Y todo fue. Mis partes volvieron a semblarse y poco a poco mi ritmo volvió al habitual.
Serena Sirena,
esperando terminar para irme a dormir.

-------------------------------------------------------------------------------------------------

Hoy ya es otro día,
la mañana siguiente,
en la que puedo decir que ya no soy esa marea revuelta sino que ahora
en mi pecho yace un pez fuera del agua,
que aletea por querer vivir, buscando el aire a más no poder.
Mi hueco sabe a sal que quiere respirar,
sabor a movimiento impasible.
No se habla de calma,
lo que anoche era un disfraz,
una transformación de estado no era el cese,
sino un nuevo cambio de magnitud,
un nuevo animal dentro mío que iba desplazando a la tierra.
El torrente continua.
Y es agua ardiente con la brindo.
Y me atraganto.
Una pecera es esta vez mi canto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario