4 de mayo de 2011

Cuando las explicaciones son simples uno intenta complicársela, darle vueltas al asunto, sumarle detalles, sacar conclusiones hipotéticas, pensar qué pasa en la mente del otro. La negación a que las cosas sean como son es más fuerte y como nenes con crayones dibujamos la pared y las baldosas, lugares en los que no hay que hacerlo. Pero de niños no tenemos nada, entonces a edades mayores corresponden grandes actos a medida. Agarramos el balde de la ropa lleno de pintura, lo llenamos y lo estrolamos por todos lados. Ya cuando es a nosotros a quien nos toca limpiar nos damos cuenta de cuanto trabajo da. A veces queremos seguir pensando que no, que nos van a venir a limpiar la baba y ocupando casi todo el piso hacemos angelitos. Nos preguntamos cómo pudimos terminar así, si todo era un día más de la simple rutina. En la cocina, lavando los platos, agarrando la esponja, llenándola de detergente, el primer plato, la espuma, el segundo, el piso y la pintura. La concentración en el acto de enjuagar, el shock de no estar haciéndolo y aparecer, casi por inconciencia, probando el enchastre. Las cosas suceden. Las ganas van y vienen, somos el agua sucia con los restos de comida y la grela del suelo. Intentamos ser lo que queremos ser. Cambiamos lo que queremos ser, cambiamos.

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