Y en ese bar seguro habrás tomado café y ni siquiera sospechaste que desde
la ventanilla del 42 yo iba a imaginarme esa escena: tu mano izquierda
levantando la taza hasta la altura correcta, no más alta de la nariz ni tan baja
de la pera, y un sorbo que haría el dulce recorrido desde la lengua hasta tu
garganta estrecha. Te invento cada vez que paso, tomándote un bondi,
comprando pan, sacando la basura, cruzando Dorrego, regando las plantas; y el 42
se torna un viaje melancólicamente divino, un desayuno con sol de naranja,
el amor, el hermoso amor perdido.
13 de diciembre de 2010
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